martes, 10 de noviembre de 2009

Diodóro en el proscenio

Acto I (El Encuentro)

Mangos de franela deslizan
desde el tórrido fortín,
a lo lejos,
creman las miradas
entre indolencias,
así migran,
retornan a su guarida.

El viento del oeste
encauzó mi periplo,
mares azafranados
volcaron la refriega,
mi hogar,
mi templo,
mi condena,
yace al otro costado
de la cimas...

Acto II (La sorpresa)

Ladrillos de estacas
pululan entre el barro,
fue la tapia
vestigio de felonías,
el corpúsculos viscosos
luce jirones de molleras,
un minuto,
tal vez un instante,
valió el colmillo de acero
pregonado en la remesa,
aquella horda de infieles
clamara en las noches,
volarán sus sustentos,
cobijarán su desdicha.

Acto III (La furia)

Soy Diodoro como el de Agiria,
zarpo en vientres de arrebato,
nací un día de bruma
cuando las aguas
danzaron sobre el éter,
y las olas surcaron
sin remolinos.
Me agasajó el acero,
me cultivó la maleza,
me domó el menesteroso,
mi destino fue la comarca,
y sus proclamas rugen
la vendetta de sus restos.

Acto IV (La previa)

Al sur mi cansancio transita,
el asalto espera su turno,
el miedo surca en telones,
aquí,
frente al delirio,
descansa mi tortura,
tabica mi designio.

Solo un jilguero modula
el tenue fulgor de vida,
la negrura carcome
los cebos del silencio,
más espero,
acurruco,
atesoro,
la gelidez del lucero,
la previa de la justa.

Acto V (La Cruzada)

Frente a mi última contienda,
se esparcen los bramidos,
el oriente acuñó
morrales de vehemencia,
lo quise
por un instante,
en un suspiro
me acongoja la arena,
de mis dedos
llueven cristales rojos,
al acto escribe,
la sentencia emerge,
las almas ya están en regazo,
y en mis pupilas
se refleja un rió de masas,
esperando mi desplome.

Acto VI (La Despedida)

El letargo guió mi butaca
cuando la venganza
fue concebida,
mas mi marcha es la dote,
y de un rincón del cielo
las coronas tornan grises,
mi tiempo se acaba,
lo veo en la cobija,
lo siento en mi alas,
lo sustancia la guarida.

¡Oh Diodoro!

dónde te has perdido,
quién acalló tu trinchera,
quién dibujó tu congoja,
quién levantó tu vuelo,
quién fundió tu acero,
quién nos legó la desdicha.

Acto VII (La Leyenda)

Amén recitamos
los testigos de tu infierno,
ya el relámpago tronó
en nuestra loza,
y el canto de la alborada
flota en la silueta,
entre llamaradas,
zarpando en mitos,
despidiendo los silencios,
de éste partisano,
que ya
es eterno.

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