martes, 10 de noviembre de 2009

Soliloquio para la escogida

A la vera de las cornisas,
una tarde cualquiera,
con los velos de cenizas
huyó su gracia verdadera.

Nadie confinó su partida,
nadie caminó su ladera,
nadie tomó su guarida,
ni su temple, ni su manera.

Aún los laicos la bautizan,
en la escarpa de la cantera,
los mil soles la priorizan,
en los templos de madera.

Supo el médano de su hijo,
supo la villa de su testera,
las siembras tuvieron cobijo,
y a la viveza, la sordera.

El oriente gime su impronta,
la nostalgia hizo enredadera,
la impudicia asombra la coronta,
en los pliegues de su acera.

Dicen que vendrá de lunas,
esperando la primavera,
vendrá pregonando runas
para su estirpe certera.

Será el trono la alevosía
que adornará su pradera,
y en su verso la profecía,
masticará la torpe espera.

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